Salir desde la Ciudad de México rumbo al norte de Guanajuato es como girar el reloj hacia otro tiempo.
Los paisajes de la carretera, el olor a tierra y la quietud de los pueblos invitan a vivir más despacio, a desconectarse. Aquí no hay prisa: hay horizonte.
Aquí te muestro una guía de viaje exclusiva para aquellos que valoran la experiencia auténtica, los contrastes y la aventura.
El Norte de Guanajuato: Una ruta por el vino, el silencio y la autenticidad
El norte de Guanajuato forma parte de la Ruta del Vino, una travesía que combina paisaje, tradición y hospitalidad acogedora.
Mi primera parada fue en el Viñedo Pájaro Azul de Bodegas Guanamé, ubicado en la Ex Hacienda Lequeitio en San Felipe, Guanajuato.
Apenas llegar, el entorno ya promete algo distinto: 30 hectáreas rodeadas de montañas y aguas termales que aportan un carácter mineral a los vinos.
La visita comienza con un recorrido a bordo de un peculiar tranvía guiado por tractor.
Durante el paseo, me contaron que sus vinos reposan en barricas siempre nuevas y una de las etiquetas más destacadas que tienen es su Gran Reserva, que pasa 24 meses en barrica.
Ya en la cata de 4 etiquetas, probé su rosé, fresco y vivaz, maridado con una baguette de carnes frías.
En sus etiquetas, de estilo cubista, los colores evocan el alma del vino, amarillos para el blanco, rosados para el rosé, borgoñas profundos para el tinto.
Su línea Pájaro Azul es un homenaje a su origen familiar: de un antiguo rancho lechero que hoy produce vinos premiados, sin perder el toque artesanal.
La experiencia cerró con broche de oro con un show ecuestre al caer la tarde, lo que volvió a Bodegas Guaname (por la unión entre la palabra Guanajuato y México) en un lugar al que recomiendo mucho volver y volver y volver.
Entre vides y volcanes: la ruta del vino en San Felipe y San Diego de la Unión
De ahí, la ruta me llevó a Viñedo Los Arcángeles, en San Diego de la Unión, donde la experiencia se vuelve más íntima.
El aroma a mosto impregna cada rincón, que anuncia su famosa pizza de harina de uva fermentada con levadura de Malbec: una delicia violácea de textura granulada.
En la etiqueta, cada vino sugiere un “maridaje sonoro”. Para su Merlot de 12 meses en barrica de roble francés, recomiendan New Light de John Mayer.
Aunque yo creo que con Paloma Querida de José Alfredo, también queda muy bien.
Aquí el lujo no es ostentoso: se siente en los detalles, en la manera de cuidar la experiencia para que todo se perciba más sensorial que material.
Pude disfrutar de una fogata entre amigos antes de hospedarme en una de las 8 habitaciones que tienen. Bien equipadas y acogedoras para terminar esta gran expericneica entre vides.
Su línea de vinos se llama Canto de Sirenas, tienen 14 etiquetas que valen mucho la pena y solo se pueden conseguir en sus instalaciones, razón de peso para visitar este gran lugar.
Naturaleza y comunidad: la otra cara de San Diego en el Norte de Guanajuato
Más allá de los viñedos, San Diego de la Unión guarda un rostro que solo se revela a quien se atreve a caminarlo.
En este punto, cambiamos el ritmo de la travesía y nos alistamos para la aventura en el Área Natural Protegida Peña Alta.
Son más de 13 mil hectáreas de naturaleza, ideales para senderismo, ciclismo, camping y lo mejor, descnoectar del frenesí para conectar con uno mismo.
Durante el recorrido, Aurora, nuestra guía, iba nombrando cada planta con gran conocimiento. Al notar que me dolía la cabeza por la asoleada, tomó una hierba del camino y la colocó detrás de mi oreja. “Te va a ayudar”, dijo. Y ayudó.
A su lado caminaba Chispa, una perrita jaspeada que se unió a la caravana sin avisar, como si supiera que el monte también era su casa.
En estos senderos se entrelazan naturaleza, fe y comunidad. A unos kilómetros, La Montañita.
Un antiguo cerro volcánico coronado por una capilla en honor a la Virgen de Guadalupe, recibe visitantes cada 12 de diciembre.
Conocí también la Presa de San Franco donde se encuentra la única tirolesa doble de Guanajuato que cruza sobre el agua.
Ademáss de actividades como ciclismo, kayak, cabalgatas, senderismo y pesca deportiva, la especie estrella es la lobina.
Cada año se realiza un torneo que convoca a participantes de varios estados, una muestra de cómo este municipio apuesta por un turismo de aventura y convivencia responsable con el entorno.
Y en medio de esta apuesta por el turismo sostenible, proyectos como las Wamishas, liderado por mujeres locales, rescatan saberes ancestrales femeninos y herbolaria tradicional, honrando la sabiduría de la tierra.
San Diego no busca impresionar con lo urbano, sino con lo esencial.
Aquí el paisaje no se mira: se siente y quienes lo habitan lo saben bien.
Ocampo: el México que migra
Y siguiendo con los contrastes, y para la parada final, llegamos a Ocampo donde el paisaje cambia.
Es un pueblo sencillo donde el silencio llega temprano, interrumpido solo por música de banda o corridos que se disuelven al anochecer.
Pronto entendí el porqué de sus casas de cambio y oficinas de visa: entre el 60 y 70% de su población es migrante.
Su economía se sostiene en la agricultura, la ganadería y las remesas. Aquí la vida transcurre sin adornos, con honestidad y trabajo.
Entre sus atractivos, destacan la Zona Arqueológica El Cóporo, joya prehispánica que aún conserva el misticismo del altiplano
Y el Parque Ecoturístico El Molino, sede del Festival del Vino, Mezcal y Escamoles.
Por supuesto, las famosas tortas de chorizo, que resumen en sabor lo que el norte de Guanajuato tiene de franco y generoso, definitivamente la mejor manera de terminar esta travesía.
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Este viaje por el norte de Guanajuato fue una lección de contraste:
del vino al mezcal, del lujo al campo, del silencio al canto de los gallos.
Más que una ruta turística, fue un recordatorio de lo que sigue vivo: el trabajo, la fe y la belleza que nace de la sencillez.
Profesional del turismo. Fan de Ciudad de México y de los medios digitales. Disfruto mucho contar historias y reseñar hoteles. Hotelera de profesión.
